La pintura de Joaquín Ferrer Guallar (Feguars) es una rara avis dentro del panorama de lo que es habitual en España, no sólo por su propuesta estética, alejada de cualquier vanguardismo gratuito y a la moda, sino por dos conceptos muy insólitos en la pintura.

En su andamiaje creativo entran en juego (lo lúdico es esencial en su trabajo), dos elementos muy sorprendentes e inusuales: la magia y la música. La pintura de Ferrer, por lo menos la que conozco desde hace algunos años, juega con esos elementos como la materia estructural del universo que ha ido creando.

Sus frágiles geometrías, sus delicados colores, sus tramposas abstracciones, van construyendo espacios mágicos llenos de ritmos y armonías musicales. La disposición de sus iconos provoca ilusiones ópticas que se escuchan. Son representaciones escenográficas donde el artista, con la pericia del prestidigitador, compone vibraciones sonoras en dinámicos pero sutiles conflictos formales.

 

 Hay evidentes resonancias del Klee más ingenuo, del Miró más alegre, del Vasarely más poético. Pero con todas esas resonancias, el artista crea un sonido nuevo, distinto, riquísimo en timbres y modulaciones, radicalmente personal. Las notas de la partitura que Ferrer ha pintado tejen melodías atonales de ruidos y silencios en amable colisión poética. La magia de la música, la música de la magia…

De su chistera de estrellas, Ferrer saca universos inverosímiles pero tan reales como los sueños.

Así pinta, con la materia de los sueños.

Luis Eduardo Aute.