Cuando se exponen conjuntamente las obras de dos autores —artistas o artesanos si se prefiere— parece inevitable establecer comparaciones. Afortunadamente, en este caso no es necesario, pues las obras recogidas en este catálogo tienen una fuerte personalidad propia y notables diferencias en cuanto a motivos y técnicas, las une, no obstante, un incierto sentido del humor, un tono bastante surrealista, pero también la falta de pretensiones artísticas, como una prolongación de sus años infantiles en los que dibujar era una actividad cotidiana.

Tanto Juan Luis como Rafael Buñuel, han convivido con el arte y los artistas de la forma más natural, nunca sobrevalorando el arte, lo que les permite realizar sus obras con una gran libertad, pero también con un estilo sumamente personal, en el que conviven las numerosas esculturas creadas por ambos hermanos con notable éxito, con sus dibujos, pinturas o grabados.

Juan Luis Buñuel se inició en el mundo del cine en México, como ayudante de Orson Welles en el rodaje de la película inacabada “El Quijote” en 1955, luego sería asistente de Louis Malle en «Viva María», con Hugo Butler en «Los pequeños gigantes» o con su padre en filmes entre los que destacan «Viridiana» o «Ese oscuro objeto del deseo», además de dirigir sus propias películas entre las que sobresalen “Au rendez-vous de la mort joyeuse”, “La femme aux bottes rouges”, “Leonor” y “La rebelión de los colgados”. Notable ha sido su labor como documentalista por encargo de la UNESCO en películas como «Guanajuato, una leyenda», «Gaudí, un sueño en Barcelona» o “Chile, los años del cambio”, aunque su labor como director la inició filmando el documental «Calanda» en el año 1966, un documental que se pudo ver en múltiples festivales de cine y que fue premiado con un César. Curiosamente regresó a Calanda recientemente para rodar «Calanda 40 años después» la última película que ha dirigido, aunque ha participado (es más, sin su presencia no existiría esta película) en «El último guión», un documental sobre la vida de Luis Buñuel en el que también participa Jean Claude Carrière, y que dirijo junto con Gaizka Urresti.

En su infancia, durante el exilio en Nueva York, cuando su familia fue acogida por el escultor Alexander Calder, Juan Luis observaba fascinado, como unos simples alambres tomaban vida en las manos del escultor, convertidos en efímeros juguetes. La casa en que vivió la familia en México contaba con pocas obras de arte colgadas de las paredes, porque a su padre no le gustaba exhibir cuadros porque podían ocultar a las temibles arañas.

 

Fruto de ese contacto con el mundo del arte, de la amistad con artistas de la talla de Miró o Tamayo, en Juan Luis surgió de forma natural su faceta creadora tanto de escultor como de pintor. Las obras seleccionadas para esta exposición tienen formatos similares, destacando el brillante colorido que en muchas ocasiones sale del cuadro y se extiende por el propio marco. Aunque la técnica sea sencilla, plasma los motivos con eficacia, en una obra incomprensible sin el sentido del humor y en el que el propio autor nos muestra sus obsesiones por la muerte, el tequila o el Dry Martini, las referencias al mundo del arte y a la música.

Rafael Buñuel ha escrito: “No puedo definir mi obra, ni tampoco lo intento, no me interesa hacerlo. Sencillamente deseo proyectar mis pensamientos inconscientes”.

Es evidente que un cierto legado surrealista emerge en esta serie de grabados creados por Rafael Buñuel. Los grabados parten de dibujos previamente realizados en España, algo que no es casual pues se trata de imágenes, que con total naturalidad, se sumergen en las corrientes artísticas españolas de la representación de lo inconsciente, de lo onírico y de lo surreal.

Como Goya, Rafael explora las sombras de ese otro mundo a través de la técnica del intaglio y de las estampaciones con aguatinta en el taller de Gary Eisenberg en Los Ángeles. Con calma, con la minuciosidad de un entomólogo, va plasmando escenas de un único sueño en el que la presencia de la mujer aparece sometida a las leyes absurdas de la noche, enigmática, perfilando deseos y juegos, pero sobre todo, sus grabados destilan un tierno sentido del humor.

Aunque estas obras han sido creadas como un divertimento personal, sin pretensiones de gran artista y, en consecuencia, sin grandes esfuerzos por exhibirlas, ha expuesto en Los Ángeles, Nueva York, París y Madrid, y su obra se encuentra diseminada en múltiples colecciones particulares.

En estos grabados emerge la creatividad de Rafael como una prolongación de su labor como autor teatral, que le llevo a escribir más de 20 obras que han sido representadas en teatros de Nueva York, Los Ángeles y México.
Creo que la mejor forma de ver estas imágenes es, paradójicamente, cerrando los ojos y penetrando en ese sueño que sueñan. Es sencillo, basta con mirar la imagen y continuar evocándola tras cerrar los ojos.

Javier Espada