Un nuevo ‘montaje’ de las conversaciones de Max Aub en torno a la vida y obra de Buñuel

Jordi Xifra, director del CBC, ordena en dos tomos de las PUZ, de mil páginas, los diálogos del escritor sobre el mundo del cineasta

Luis Buñuel fue como un enciclopedia humana y creativa de su tiempo. Nació en Calanda en 1900 y murió en Ciudad de México en 1983. En su existencia pareció vivirlo casi todo: los ecos de la guerra de Cuba, un infancia fascinante de acentos campesinos, una adolescencia zaragozana marcada por los jesuitas, el esplendor de la Residencia de Estudiantes (donde formó un triángulo mágico con Lorca y Dalí), París, Hollywood, la Guerra Civil, Estados Unidos de nuevo y, luego, con la conciencia dolorida y la huella de España en cuanto hacía y sentía, el exilio mexicano.

De Buñuel parecía todo dicho, pero siempre hay aspectos que merecen atención. Era un hombre parco, que huía de la solemnidad y que no le gustaba hablar mucho de su cine. Uno de sus principales exégetas en vida fue el escritor Max Aub. Da la sensación de que un poco por azar. El 18 de julio de 1968 le cursó una carta que parecía el principio de todo: «Anteanoche estuve cenando en casa de Antonio Ruano, de la casa Aguilar, y me propuso hacer un gran libro sobre ti. Al principio me quedé extrañado, pero luego, hablando, vi que no era tan absurdo». Aub se citó con Buñuel y contactó con muchas personas que estuvieron cerca de él: familiares, amigos, guionistas, actores, productores, creadores…

Confidencias y autorretratos

Así, aprovechándolo todo, incluido su importante viaje a España –que fraguaría, entre otras cosas, su diario ‘La gallina ciega’–, recogió valiosos testimonios. Ese proyecto tuvo una primera edición en Aguilar, en 1985, de Federico Álvarez, y, además de algunas otras aportaciones, hubo otra capital de Carmen Peire en Cuadernos del Vigía, en 2013, que contenía numerosas novedades y que ha marcado el camino de un nuevo y magno proyecto, que acaba de publicar en dos volúmenes, y en más de mil páginas, Prensas Universitarias de Zaragoza: ‘Max Aub /Buñuel. Todas las conversaciones’.

Esta edición, explica Xifra, director del Centro Buñuel de Calanda, «ofrece una estructura que nos ha ayudado en la elaboración de nuestra edición», que contiene más entrevistas y corrige algunas atribuciones. ¿Qué ha hecho con tantos datos y declaraciones? Dice el director del CBC: «El propio Aub nos dio la pista definitiva en su conversación con Gonzalo Menéndez Pidal: “Mi libro va a ser un montaje”. Así, nuestra elección ha sido proceder cinematográficamente, esto es, trabajar como si estuviésemos en la sala de montaje, editando un documental».

Tras la correspondencia inicial, se inicia la travesía familiar y amical alrededor de la vida de un hombre, esencialmente tímido, que podía ser un humorista bruto, enamoradizo sin ostentación, capaz de declarar: «Yo, como don Juan, no sirvo». Se cuentan muchas cosas de su padre, que vio la explosión del Maine desde su ferretería, y se despejan incógnitas: no se dedicó a la trata de negros. Estuvo 30 años en Cuba, pudo conocer a José Martí (tampoco queda muy claro), y volvió a España en 1899. Se enamoró de María Portolés; él tenía 43 años y ella 17. Tendrían siete hijos, y el mayor es Luis Buñuel. Si Max Aub, pregunta mucho por el padre, no lo hace menos por la madre. Concha Mantecón dice: «La madre, la mujer más guapa que ha habido en Calanda. Desgraciadamente murió ahora hace poco, muy vieja. Una mujer de una hermosura, de una arrogancia, además, natural». Calanda es clave, y es el propio Buñuel quien deja esta perla: «Sí, fue el único pueblo donde se proclamó oficialmente el amor libre. Con banda y trompetazo: “Por orden del Comité, desde hoy queda proclamado en el término de Calanda el año uno del amor libre…”». Un amigo de la infancia revela sobre la niñez del futuro cineasta: «Los Buñuel se encantaban con los lagartos. Y jugaban con ellos y los domesticaban».

Distintos testimonios confirman que Buñuel aprendió a tocar el saxofón y el violín y que era un fanático del jazz. En medio de un pelotón de testimonios suculentos en muchas direcciones, se puede leer: «Yo era más amigo de Dalí que de Federico. A mí, la obra de Federico no me gusta nada. Su teatro me parece muy malo. Me gustan algunas poesías, y no mucho. En lo que era genial era como hombre».

Desde su condición de buen lector, dice Buñuel: «La literatura española es también una literatura de encerrados. Una escritura de conventos. Hasta la picaresca es un rosario de encierros».

A lo largo de las mil páginas se percibe el esfuerzo que se ha hecho para armar un libro que admite varias formas de entrar en él. La entrevista de Buñuel con Max Aub es capital y está dosificada, como todos los testimonios, ordenados al servicio de una idea, de una ‘película’. Hablan muchos aragoneses, como los hermanos de Buñuel, con ese protagonismo peculiar que tiene Conchita, Concha y José Ignacio Mantecón, Juan Ramón Masoliver, Pablo Cistué de Castro o el guionista oscense Julio Alejandro, que dice: «A Luis, en su fondo más íntimo, no le importa absolutamente nada el que el público responda o no a sus películas. Quiere hacer la película que él quiere hacer y en el último de los instantes piensa en el público».

El propio Buñuel recuerda un curioso viaje: «Federico era impotente. Homosexual de verdad, en todo el grupo, solo Gustavo [Durán]. Una vez fuimos a pasar unos días al Monasterio de Piedra en un Renault que yo tenía entonces. Me estuvo contando muchas cosas de su vida sexual. ¡Y con obreros! Eso, a mí, creyente en el proletariado, me hería doblemente»

EL HERALDO

ANTÓN CASTRO